Francia recupera el terreno perdido
LUIS MARIA ANSONEn 1964 fui enviado especial del ABC verdadero a la guerra del Congo. Recuerdo la experiencia como si fuera hoy. Con una crónica de aquella guerra, escrita sobre un barril de dinamita en un C130, gané el premio Cavia. Regresé a Madrid conmocionado. Desde entonces estoy contra todas las guerras. No las hay ni justas ni santas ni necesarias. Todas son una atrocidad. Cubrí después en siete ocasiones la guerra de Vietnam, y también las de Israel y Camboya. No hice sino reafirmarme en mi convencimiento. Por eso, en cuanto se vislumbró la posibilidad de guerra en Iraq me anticipé a oponerme en reiterados artículos. Celebré la posición que adoptó el Papa Juan Pablo II y me mantuve abiertamente en contra de la política española con relación a la salvajada iraquí, si bien el Gobierno Aznar favorable a la guerra no intervino en ella y se limitó a enviar, junto a otros 32 países, tropas para la pacificación y reconstrucción de Iraq, según la decisión adoptada por unanimidad por el Consejo de Seguridad de la ONU.
Digo todo esto para afirmar, desde mi anticipada y radical oposición a la guerra iraquí, que la foto de las Azores era el símbolo profundo de la recuperación por parte de España de un papel internacional de relevancia. Al empezar la II Guerra Mundial, los «aliados» eran Inglaterra y Francia. Tras la contienda fueron Estados Unidos, Inglaterra y Francia en este orden. Durante el Gobierno Aznar, España sustituyó a Francia que, amordazada por suculentos contratos con Sadam, quedó preterida al ser aceptada nuestra nación por las dos grandes potencias.
Perder la condición de «aliado», sentirse exluído de las decisiones internacionales, comprobar que era la vecina y despreciada España la nación que se incorporaba a la nueva alianza era demasiado para el Gobierno de París. Eso explica determinadas actitudes de Chirac en la crisis de Perejil y ciertas ambigüedades de la inteligencia francesa en acontecimientos posteriores. Francia no podía tolerar que España la sustituyera en el concierto mundial como país aliado de Estados Unidos e Inglaterra. Aznar debía ser demonizado.
Sarkozy vio con claridad lo que tenía que hacer: tender la mano a Bush aprovechando que Zapatero, desde el alto talante de su sabiduría política, había decidido reemplazar la alianza con Estados Unidos e Inglaterra por el eje Castro-Chávez-Evo. Con la mano izquierda de Enrique Ponce, con la habilidad de Zidane, con el empuje de Fernando Alonso, el nuevo presidente francés se ha incorporado al círculo de amistad del César, le ha visitado en su mansión de verano y ha recuperado para Francia el terreno perdido. Bush, por supuesto, sigue sin dirigirle la palabra a Zapatero, ni siquiera telefónicamente.
Claro que nuestro presidente por accidente se pasa airosamente por el arco del triunfo el ninguneo del dirigente de los Estados Unidos de América. El tirano Castro, el caudillo bufón Chávez y el pintoresco Evo llenan hasta rebosar sus apetencias internacionales. Ahí esta el futuro para el think tank monclovita. Además, Zapatero es el faro encendido de la Alianza de las Civilizaciones, justo cuando un sector cualificado del mundo islámico ha decidido la restauración del Califato, es decir, del gobierno universal de todos los musulmanes bajo la sharía, la ley coránica. Zapatero, como expliqué en una canela pasada, estudia ahora con intensidad la historia del califato de Córdoba para ver cómo le saca partido al asunto, cómo puede iniciar un proceso de rendición para incorporar España al proyecto islámico, mientras el pobre Sarkozy se dedica a congraciarse con Estados Unidos con el fin de que Francia continúe siendo escuchada en las grandes decisiones internacionales como una de las tres potencias aliadas.
Luis María Anson es miembro de la Real Academia Española.
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